Historia

Recordando a Enzo Ferrari a 35 años de su muerte y una curiosa anécdota

El gran Enzo Ferrari tenía un carácter muy flojo de papeles. Un temperamento que forjó a fuerza de tragedias familiares: de niño con la muerte de su hermano mayor y su padre, y luego la de su propio hijo, Dino. Desde entonces usó sus clásicos lentes oscuros en señal de duelo.

Hoy, 14 de agosto de 2023, se cumplen 35 años de su fallecimiento, y la verdad, que todo lo que puede escribirse sobre su persona, es por lo menos ‘conocido’.

Así que, ¿porqué no contar una anécdota que lo involucre?

¿Sabías que “Il Commendatore” disfrutaba ir a los bocinazos por las calles de Módena para asustar a la gente?

Un poquito de historia… Juan Manuel Fangio ya era un piloto consagrado cuando se unió a Ferrari a principios de 1956. Ya era triple campeón mundial de Fórmula 1 – en 1951, 1954 y 1955 – y había logrado los subcampeonatos de 1950 y 1953. A bordo de una Ferrari lograría un campeonato más, el de 1956.

Sin embargo, su relación conIl Commendatore” nunca fue fácil. Eran dos personalidades muy fuertes. Ferrari quería que en la pista los pilotos hicieran todo lo que él les ordenaba, pero Fangio tenía sus propias ideas sobre cómo había que correr. Pese al título de campeón del Mundo y la victoria de la escudería sobre todas las demás, ese mismo año se cortó la relación. Enzo Ferrari y Juan Manuel Fangio se separaron en malos términos.

Ambos, se encontraron luego de muchos años, casi por casualidad, fue cuando Fangio acompañó a Oreste Berta en un viaje por Europa. Mediados de los 60, la fecha se las debo, pero fue antes del 69… digamos que fue en el año ’68 ya que en ese viaje salió la idea de correr las 84 hs de Nürburgring y el Mago de Alta Gracia quería cumplir un sueño que tenía desde siempre: conocer la fábrica Ferrari.

Fangio aceptó llevarlo hasta el lugar, pero bajo ningún concepto quería encontrarse con Enzo Ferrari. Así que, gracias a un ingeniero amigo del Chueco, hizo entrar a Berta a la Fábrica, pero él prefirió quedarse esperándolo en el restaurante Il Cavallino, justo enfrente.

La anécdota de Berta, Fangio y Ferrari

Cuenta Oreste Berta:

«Cuando viajamos a Europa con Fangio, en ese periplo donde surgió la idea de participar las 84 Horas de Nürburgring, quise ir a la fábrica Ferrari. Aunque Fangio estaba peleado con Enzo Ferrari, esto no implicaba un problema para él. Tenía un ingeniero muy amigo trabajando ahí dentro. De manera que Fangio me guió hasta el Ristorante Cavallino, frente a la fábrica, y se comunicó con su amigo, que vino a buscarme. Él se quedó tomando un café.

Con su amigo recorrimos la fábrica de Ferrari y, en cierto momento, pasamos delante de una gran ventana. Me llamó la atención ver cómo un par de personas la atravesaban agachándose, como para evitar ser vistos al cruzarla. Por curiosidad, pregunté quién trabajaba en esa oficina y me respondió: ‘Il Commendatore‘. Resulta que el viejo Ferrari, cuando veía a alguien sin hacer nada, no lo dejaba en paz.

Fue entonces cuando, para mi sorpresa, salió Don Enzo. Le preguntó a mi acompañante quién era yo y le dijo: ‘Un argentino, amigo de Fangio’ Ferrari entonces me preguntó por Juan, le conté que me estaba esperando tomando un café en frente y Ferrari se puso contento con la noticia. Dijo que quería saludarlo, así que cruzamos, conversaron bastante, afortunadamente fue el disparador del reencuentro después de tantos años de estar distanciados.

Don Enzo estaba de lo más alegre y nos invitó a conocer su último auto. Por suerte, no se trataba del Fiat 600 que manejaba a diario. Era la nueva Ferrari 275 GTB, y me llamó bastante la atención que no calzara las clási­cas cubiertas italianas Pirelli, sino que tenía puestas las francesas Michelin. Con mi genio, no podía guardarme una pregunta como esa, y Ferrari me ha­bló maravillas de ellas, al mismo tiempo que me invitó a llevarme en el auto para que las probara. Cuando miré a Juan, me hacía señas por lo bajo con el índice para que no aceptara, pero otra vez no resistí la tentación de tamaño convite y contesté gustoso que sí. 

Me senté a su lado e hicimos un recorrido de locos por los angostos cami­nos de los alrededores, entre los viñedos de Módena. La escena era de lo más graciosa: Enzo Ferrari aceleraba rabiosamente su auto, al mismo tiempo que tocaba la estridente bocina con la que les avisaba a los tran­seúntes que era él quien venía manejando. Lo hacía a fondo, para demostrarme el excelente comportamiento de de los neumáticos Michelin. Con esos bocinazos alcanzaba para alertar a los vecinos: el que venía manejando a fondo era Enzo Ferrari».

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