Hace 39 años, partía un duende…
En 1976, antes de ser campeón de Fórmula 1, James Hunt fue invitado a una carrera de la Fórmula Atlantic en Norteamérica. Tras ella tomó el teléfono y llamó a Teddy Mayer, el jefe de McLaren, y le dijo: “Me ganó un piloto local. Entraba en las curvas derrapando y se mantenía deslizando el tren trasero sin desviarse de la pista. No hay nadie en la F-1 capaz de hacer algo así. Tenés que ficharlo, no harás mejor inversión en tu vida. Su nombre es Gilles Villeneuve”. El inglés no se equivocó y ese joven canadiense en menos de tres años pasó de competir en motos de nieve a correr en Ferrari, y ser el hombre espectáculo de la Máxima.
El de Gilles Villeneuve es el más claro qué ejemplo que no siempre los resultados mandan. Con seguridad… solo dos pilotos tuvieron acceso al despacho personal de Enzo Ferrari. Uno de ellos fue Froilán González, el argentino que le dio a la casa de Maranello su primer triunfo en F1. Varios años después, otro de los mimados de “Il Comendatore” fue el canadiense.
La carrera deportiva de Gilles Villeneuve fue corta y nunca llegó a ser Campeón del Mundo de Fórmula 1. Pero su espectacular forma de conducir, su agresividad sin límites, su capacidad de nunca darlo por perdido (incluso sobre tres ruedas, o conduciendo a ciegas…) y su precoz y trágica muerte en 1982 forjaron su leyenda.
Gilles Villeneuve estaba hecho de otra pasta; y eso en una época donde los pilotos no procedían de una escuela como hoy. Tenía un talento innato para ir en el aire sobre cualquier cosa que se moviera, desde las motos de nieve de sus inicios a los Fórmula 1 de la «Era Turbo».
Durante finales de los años 70 y principios de los 80, Villeneuve fue un piloto que conducía al límite y que no temía a la muerte. Debido a este estilo de pilotaje fuimos testigos de muchos trompos y accidentes. La mayor parte de su carrera la realizó en Maranello, Ferrari, siendo considerado como un héroe por los tifosi. Hombre de equipo, aceptó sin problemas ser el «escudero» de Jody Scheckter para que este se pudiera llevar el título en 1979.
No llegó a coronarse nunca campeón del mundo, pero su espectacular forma de pilotaje lo convirtieron en una leyenda de la Fórmula 1. La increíble lucha que mantuvo con el francés René Arnoux en el circuito de Dijon-Prenois en el Gran Premio de Francia de 1979, se pone siempre cómo ejemplo de lo que se quiere ver en la categoría. Fue épico el duelo fueron más de tres vueltas con un show de toques, bloqueadas y velocidad. Prevaleció Gilles que terminó segundo detrás del otro galo, Jean-Pierre Jabouille, quien plasmó la primera victoria para Renault y de un motor turbo en la categoría.
Gilles Villeneuve era un talento puro, una persona introvertida fuera del auto, pero un demonio dentro del mismo. Corría sin mirar otra cosa que la victoria hasta el punto estar casi siempre en el lado más vulnerable de la balanza, bien al estilo de Nuvolari. Enzo Ferrari reconoció su genio nada más al conocerlo: ‘Cuando me presentaron a este canadiense flaquito, ésta pequeña bolita de nervios, al instante reconocí en él el estilo del gran Nuvolari y me dije: ‘Démosle una oportunidad’.
Arrancó con Ferrari en los dos Grandes Premios finales de 1977, con pésimos resultados. Su primera carrera para la Scuderia en Montreal, delante de los suyos. Luego, en Fuji, Japón, comenzó a hacer valer uno de sus apodos más conocidos, “Aviador”, y protagonizó un accidente contra el Tyrrell de seis ruedas del sueco Ronnie Peterson (otro que siempre fue a fondo), sin consecuencias para ambos, pero el incidente murieron dos espectadores y hubo otros diez heridos.
En la primera parte de 1978 los resultados no llegaron y se multiplicaron las críticas para el “Mago de Maranello”. Pero a fin de temporada Gilles respondió con su primera victoria, en Canadá. Compartió equipo con Carlos Alberto Reutemann quien dijo que el canadiense “fue el mejor compañero que tuve en la F-1. Era un pibe maravilloso. Empezó a ser un poco menos ingenuo cuando se dio cuenta que, entregando lo mejor de sí para que Jody Scheckter fuese campeón mundial, tal vez Ferrari no lo recompensaría nunca. Fue un golpe que no digirió nunca. Yo trataba de consolarlo diciéndole que un título de campeón era como un tren que delante de algunos, como Fangio, pasó cinco veces, y que en otros casos se pierde, pero puede pasar una segunda vez”.
La temporada siguiente es desastrosa para Ferrari, una de las peores de su historia. Scheckter no logra hacer valer su título de vigente campeón y Villeneuve sólo logra ocho puntos, acabando el mundial en décimo lugar. Aun así puede estar agradecido. En septiembre, en Imola, durante la sexta vuelta del GP de Italia revienta una rueda se pega muy fuerte contra el muro. El chasis se parte en pedazos pero Villeneuve logra salir ileso de entre los restos del coche.
Tras un año nefasto Scheckter anuncia su retirada. Ferrari no duda acerca de quién ocupará el asiento de su primer coche. Villeneuve hereda el puesto los hinchas de Ferrari, deliran a pesar de los magros resultados obtenidos hasta el momento. Para acompañarlo, la escudería contrata al francés Didier Pironi. Las Ferrari aún parecen poco competitivas, pero Villeneuve compensa los fallos de ingeniería con una táctica de riesgos bien calculados. A pesar de las victorias en Mónaco y Jarama (GP de España) Villeneuve tiene que contentarse con un quinto puesto en el mundial. Ferrari acaba nada menos que en el séptimo lugar de la clasificación de constructores lo cual demuestra lo flojo de sus diseños.
“No tengo ningún miedo a los accidentes. Nada de eso. Por supuesto, no quiero estrellarme, no estoy loco. Pero si estás cerca del final de los entrenamientos, y estás luchando por la pole, creo que tal vez puedas aplastar el miedo». Gilles
Ya maduro, rápido y fiable, la Ferrari 126C2 era el arma definitiva en 1982. Villeneuve se las tenía que ver con su compañero de equipo, Didier Pironi y, entre los dos, se disputarían el Campeonato del Mundo en una temporada plagada de enfrentamientos entre la FISA y la FOCA (Ecclestone). Sin embargo, quiso el destino que ninguno de los dos pilotos de Ferrari terminase la temporada.
En el Gran Premio de San Marino disputado en Imola, Italia, tuvo una gran pelea con su compañero Didier Pironi. Habría habido un acuerdo entre ellos donde el que estaba adelante en las últimas dos vueltas, ganaría la carrera. Allí no estuvo el director general del equipo, Mauro Forghieri y lo reemplazó su mano derecha, Marco Piccinini. En el penúltimo giro, con Gilles primero, les pusieron un cartel con la palabra “Slow” (lento en español). El canadiense entendió que así quedarían las posiciones. Pero en la última ronda el francés lo superó y ganó. “Ahora búsquense otro piloto. Creía tener como compañero a un amigo y hoy me di cuenta de que es un imbécil, se portó mal, me cuesta creer todo lo que pasó hoy en la pista”, disparó. Su cara de bronca en el podio lo dijo todo. Eso fue el principio de su fin…
Gilles Villeneuve a su mujer Joann antes de cada carrera «WAIT FOR ME. I WON’T BE LONG»
(Espérame. No tardaré )
En Fiorano, unos días más tarde, el director de la Scudería Ferrari, Marco Piccinini, intentó limar las asperezas convocando una reunión entre sus dos pilotos. Pero en vez de eso, Piccinini irritó aún más a Gilles al decirle:«Bueno, yo estaría también molesto si me hubiesen hecho lo mismo…». Gilles a esta altura, confiaba en el propio Enzo… Villeneuve entró en la sala de reuniones, ignoró a Pironi, a Piccinini y a Mauro Forghieri (ingeniero jefe de la Scudería), y le dio la mano al Commendatore.
Antes de Zolder, Piccinini estuvo hablando con Joanna, la esposa de Gilles, ella le dijo:«Él es así, siempre confía en alguien hasta que le demuestran lo contrario…» luego dijo: «Si Didier va delante, más vale que le digas que afloje el ritmo, si no, Gilles lo sacará de la pista… y no bromeo…»
En el Autódromo de Zolder, en Bélgica, el sábado 8 de mayo, Pironi estuvo adelante suyo en la clasificación con un crono de 1m16s501. Gilles salió a bajar su tiempo de 1m16s616. Fue al límite, como siempre. Faltaban ocho minutos para el fin de los ensayos y los dos pilotos de Ferrari, Gilles Villeneuve y Didier Pironi, estaban trenzados en un duelo feroz. A ninguno le importaba la primera fila de la grilla. Ni lo que hacían los otros. Lo que buscaban, era estar uno delante del otro. Pironi era sexto y Villeneuve octavo. quien durante toda la jornada no había dirigido una sola palabras a los integrantes del equipo Ferrari y menos había saludado al piloto francés, se le ordenó entrar a boxes cuando estaba iniciando su último intento por mejorar su tiempo. Eran las 13,52 horas. Pasó a fondo por la línea de meta y siguió, sin levantar el pie del acelerador rumbo al destino que lo esperaba. Pero esta vez sus reflejos no pudieron contra la negligencia de Jochen Mass (March), quien transitó a menos de 100 km/h sobre el sector rápido. Lo embistió a 200/225 km/h. Su rueda delantera izquierda se tocó con la trasera derecha del coche del alemán. La Ferrari empezó a volcar y en la curva Terlamen, Villeneuve salió despedido y terminó contra las vallas de protección. Sufrió una grave lesión del tronco encefálico, rotura con desprendimiento de las vértebras cervicales y lesiones graves en la base del cráneo por el impacto contra los palos de las redes metálicas (se usaban para contener a los coches) y la fuerte desaceleración de 27 G.
Niki Lauda, poco amigo de regalar elogios a sus rivales, lo definió así “Era el diablo más loco que jamás llegó a la Fórmula 1 … era un personaje sensible y amable pero arriba del auto se convertía, eso lo hizo único.
No llegó a coronarse nunca como campeón del mundo, pero su espectacular forma de pilotaje lo convirtieron en una leyenda de la Fórmula 1.
El número 27 sigue siendo suyo para siempre.